I said:
Bienvenido a KApITAN ERE LIMITeD COMpANY, el bocadillo de panceta con menos visitas de la historia de los blogs.
¡Todo un desafío!

Advertencia: todos los errores ortográficos, desviaciones gramaticales, disonancias léxicas, puntuaciones no académicas, etc son testarudamente deliberadas y provocadas por la terrible acción del paso del tiempo sobre un cerebro que se va a galope tendido.
Asimismo, muchas de las imágenes y reportajes pueden herir gravemente la sensibilidad del lector y/o espectador.
El autor se hace cargo de antemano.

domingo, 24 de mayo de 2020

El páramo.

La pandemia; el virus covid-19, serial de coros hacia la muerte.
Enfermedad epidémica extendida por muchos países o que ataca a todas las personas de una región.

Semana siete.
27-04-2020.
En breve, a la muerte se unirá el desempleo, no el vaticinio de él sino el que de verdad se siente y padece.
Necesito un sacacorchos, así, en genérico.
E.R., bodeguista.
28-04-2020.
Necesito un plan, ¿o era un plano?
T.O., arquitecto.
Pronto volveremos a estar juntos.
C.L., enamorado.
No quiero hacer el test.
F.O., sudista.
La pasada madrugá -a eso de las tres- me paralizó un sueño: tenía el corazón negro.
W.W., compositor.
¿A qué hora has abierto?
Joder, pero ¿a qué hora has abierto?
E.S., adolescente al despertar.
¿Alguien podría reportar los datos de ventas y adopciones de animales de compañía y paseo desde que comenzó el confinamiento, allá por mediados de marzo?
E.U., balconero.

La furia y la calma.
Por Abreu:
Domingo, 26 de abril de 2020
En verdad no sabemos si saldremos vivos de esta lo más probable es que nos mate el virus chino tenemos esperanzas eso es todo pero la esperanza es una trampa mortal así que me digo debes abandonar cualquier cobardía cualquier mesura cualquier consideración y escribir (eres un escritor no un lameculos literato de academia y premios y gran grupo editorial o un ridículo y sopenco lírico) con la mayor claridad y de la manera más implacable. Intentando ofender lo más posible naturalmente y con el mayor desprecio por los escritorzuelos embridados que son legión y sus modos, y por la gente en general esa chusma dócil y envilecida por la vida misma no hay escapatoria y en el caso español además por décadas de adoctrinamiento izquierdista y amansamiento pájaro dodo. El tiempo apremia así que desprendámonos de toda atadura de todo lastre si fuera posible no sé si lo es, sospecho que somos abyectos y cobardes de nacimiento y de nacimiento predispuestos para la esclavitud y la sumisión y la rendición y la concesión y la autocompasión y la sensiblería y estamos de inicio desde el primer segundo y desde la primera bocanada de oxígeno incapacitados para la libertad, pero hay que intentarlo.

Lunes, 27 de abril de 2020
En el jardín ayer, a la tarde al caer, le colgaban hilachas negras miles millones de hilachas negras yo las vi. Calma, me dije. Pero estaba calmado. Con lo de la plaga china la lucidez ya no me aterroriza tanto. Miles millones de hilachas negras lo he sabido siempre aún cuando no lo he querido saber. Había visto más temprano un video de cubanos moviendo el culo en una especie de tugurio infecto o casa en La Habana vertedero principal de la isla y el denigrante espectáculo me entristeció, no porque me apenara o sintiera que me concernía en modo alguno el lugar o aquella chusma degradada sino por venir de ahí pasé años ahí nací ahí me dije mirando aquellos seres grotescos y me recorrió el cuerpo un escalofrío de asco y terror. Hilachas de sangre negra sobre los vivos y sobre los muertos lo sé pero esta vez qué cerca en el jardín. Había un pajarillo mordisqueado en la hierba verde y agua envejecida y había una adiposidad fétida y una mimosa que se secó. Fui anotando. Hasta que la tarde terminó de caer con un ruido de carne despachada y la oscuridad cubrió totalmente el jardín, qué cerca, y ya no se distinguían las hilachas negras pero seguían allí y pensé, calmado eso sí, que lo de la alegría de la luz y su existencia misma es sólo el envés de las hilachas negras y que podía considerarme afortunado de no ver siempre las hilachas negras porque si las viera siempre no podría vivir.
29-04-2020.
En la radio: pronto podremos disfrutar de nuevo de la naturaleza.
Del presidente del gobierno de España: transición hacia una nueva normalidad, plan de desescalada progresiva en cuatro fases quincenales y distribuido por provincias.
En la televisión: el zanahoria matizado que regenta la presidencia de los Estados Unidos de América dispara que si los desinfectantes acaban con el virus en un par de minutos, entonces solo hace falta inyectar desinfectante a la población y adiós a la pandemia; cientos de miles de ciudadanos de los Estados Unidos de América ingieren directamente productos desinfectantes y acaban ingresados en los hospitales.
Apuntes personales y con distancia para el presente:
No quiero disfrutar de la naturaleza exceptuando el ámbito más privado ni siento interés alguno por la nueva normalidad –casi ya ni por la vieja-, las desescaladas me dan pavor -¡esos precipicios!- y las provincias no se las saben los escolares.
Con material de este tipo se puede montar una peli cojonuda a medio camino de Tarkovski a Ozores.
J.O., montador.
30-04-2020.
¡Arrebatao! clamó el confinado antes de que se confirmase la noticia.
D.O., arribista.

De la barba canosa:
Escribe Roger Corcho:
"Querido Arcadi,
Hace meses le hablé de María Neira, la directora del departamento de salud pública de la OMS, por sus intervenciones descaradamente politizadas.
Desde el mes de febrero, todos los  medios españoles han pedido la opinión de Neira sobre la enfermedad por coronavirus (COVID-19). Cuando el director de la OMS aseguró que el este virus era el enemigo público número uno del mundo, Neira apareció en los medios asegurando que el auténtico problema era el miedo al virus, no el virus. En España, Neira neutralizó el mensaje lanzado por la OMS (por sus informes, sus avisos, y las advertencias del director y vicedirectores). Bajo el paraguas de la OMS, los españoles recibimos dos mensajes contradictorios: el que enviaba la organización, muy claro y contundente; y las opiniones de Neira, que se tomaron por posiciones de la OMS, a pesar de no ser así
El gobierno se sirvió de los argumentos de Neira para forzar la celebración del Mobile (el mínimo sentido de la prudencia y la decencia exigía que se cancelara) y que los medios usaron para ridiculizar a cualquiera que avisara del peligro. Aunque se pone énfasis en el 8M, el Mobile fue un calentamiento de las maniobras del gobierno.
He recopilado solo unas pocas de las intervenciones y mensajes de Neira en los medios durante el mes de febrero (negando que hubiera peligro, negando que fueran necesarias mascarillas, y negando, en definitiva, lo que sus compañeros de la OMS estaban diciendo). Yo entiendo que fue una pieza clave para apuntalar el mensaje del gobierno y de los medios afines.
Aunque recopilé estos enlaces de Neira en marzo, lo dejé de lado hasta que he visto el estupendo hilo de Santiago Navajas (https://twitter.com/santiagonavajas/status/1253588410025095173?s=21
en el que también responsabiliza a Neira (y donde se refiere a sus simpatías por las causas comunistas).  Tal como dice Santiago Navajas, los errores de esta magnitud como los cometidos por Neira y Simón son contrastables y se tiene que exigir rendición de cuentas
Le envío esta recopilación que no es ni mucho menos exhaustiva:
31/1/20
12 de febrero
24/2/2020
27/2/20
29/2/20
Ese mismo día, la OMS había elevado el riesgo por la COVID-19 a "muy alto"
30/2/20
"La directora de Salud Pública de la Organización Mundial de la Salud lanza un mensaje de tranquilidad"
3/3/20
Desde hacía semanas, había cálculos que aseguraban que la pandemia iba a suponer un centenar de millones de muertos a nivel mundial
13/3/20
La OMS llevaba semanas exigiendo "TEST, TEST, TEST"
01-05-2020.
Comienza el nuevo mes en estado de alarma, primero de mayo, día del trabajador en España.
¿Qué es trabajar?
¿Quién trabaja de verdad?
¿Cuáles son las cargas de trabajo y productividad mínimas exigibles y necesarias para considerar una actividad como trabajo? ¿Cualquier actividad productiva es trabajo?
¿Dónde están los líderes sindicales y los sindicalistas? Liberados.
El covid-19 se suma al 1 de mayo para destruir sin aspavientos el trabajo.
Al tiempo.
En una emisora de radio en la que se presume constantemente de trabajar el día del trabajador –desde casa, claro- y cuyo núcleo es un señor pequeño pero muy cultivado y aprendido, una señorita –al cantar el avance informativo de las once de la mañana- suelta “ha contradecido”. Y se queda tan pancha.
¿Se puede considerar este hecho agramatical un buen trabajo?
J.G.D., antiguo economista.
02-05-2020.
Vivo en un cajita de cuarenta metros cuadrados con un pájaro, una araña y un adolescente con granos de un metro y ochenta centímetros; el pájaro es un canario timbrado español y me da su canto aunque le falta un breve hervor, la araña vigila para que no entren los mosquitos y bichos y el adolescente -como es lógico- quita sueño, esfuerzo y dinero; me viene a la memoria el antiguo dicho: no haberlo tenido.
Lo que quiero decir es que no voy a salir a correr ni a pasear; hago ejercicio de lunes a viernes, ocho horas diarias, es decir, cuarenta horas semanales por poco más de mil euros; así que ¡os den chandalistas y licranistas!
Esta gente no está preparada para la revolución emocional.
J.S.M., moscatel.
Como escupe la curiosa portavoz del Gobierno “el defisi” de esta sociedad es querer vivir del cuento.
T.I., borracho.
Les dicen que hay que poner esa canción y ponen esa canción.
O.U., compositor.
03-05-2020.
¿De qué sirve estudiar si nos vamos a morir en cualquier momento?; hace la pregunta el adolescente pajillero.
Para que en el futuro alguien diga que sabes mucho y no soluciones casi nada; esa es la idea generalizada; prestigio y un buen sueldo.
A.A., bibliotecario.

Por Lorena G. Maldonado para El Español.
Arcadi Espada es uno de nuestros periodistas patrios más insurgentes, polémicos y mordaces, siempre con la escritura afilada -y la mirada ante la realidad, aún más-. Ahora charla con este periódico sobre los flecos del Covid-19, sin metáforas vitales del virus ni romanticismos acerca del encierro, apegado a la ciencia y al espíritu de los países jóvenes como Taiwán -no de esta Europa vieja, dice, de estos carcamales que somos-. 
¿Qué ha aprendido de usted mismo en este encierro? ¿Y de los demás -del ser humano, en sentido profundo-?
Nada, no he aprendido nada ni de una cosa ni de la otra, porque no hay nada que aprender. Todas las metáforas sobre la enfermedad son una estupidez propia de periodistas de provincias y lo único que se puede aprender de una enfermedad es cómo podemos curarla. La única lección que podemos sacar de esta enfermedad es que la estamos curando en el siglo XXI con los mismos mecanismos que utilizaban los hombres medievales, eso es una humillación y una afrenta sobre la que sin duda tenemos que meditar.
Yo soy un firme apasionado y defensor de los científicos y de su papel en el mundo, y ahora pienso que los científicos deben dar explicaciones de por qué estamos en este estado de postración, no sólo los políticos. En la crisis económica, se les reprochaba a los economistas: “Oigan, ¿ustedes no tienen soluciones, no han visto venir esto?”. Estoy asombrado de que nadie le haya pedido explicaciones a los científicos: oigan, ya sabemos que es difícil luchar contra un virus que muta, que si fuese un resfriado ya lo habrían curado, pero ahí está el punto.
¿Cuál es el pensamiento más extraño que le ha asaltado estos días?
Ah, no… pensamientos ninguno. Yo pienso poco. Lo único que me asalta constantemente es el enorme deseo de sentarme en la barra de mi restaurante preferido, que añoro más que cualquier otra cosa en el mundo. Cosa he dicho, eh.
¿Qué es el mundo interior; cómo se cultiva? ¿Realmente puede la cultura salvarnos de algo?
No, mira, el mundo interior no me interesa lo más mínimo, si no me hubiera dedicado a la poesía. Me he dedicado al periodismo, que es mundo exterior. Hay una época en la vida de los hombres en la cual se tienen que ocupar demasiado de sí mismos. Todo eso es un aburrimiento profundo, uno mismo tiene muy poco interés. El interés real de las cosas está en las personas que uno conoce y con las que uno interactúa.
Desde este punto de vista, el confinamiento no es una gran novedad, al fin y al cabo, afortunadamente, la mayor parte de las relaciones son virtuales. No se ha inventado nada. Yo cada día me lamento por los restaurantes y los viajes, en lo demás mi vida no ha cambiado en absoluto. Hace años que trabajo en mi casa con la interacción de cuatro paredes, mis libros y la gente que tengo cerca.
“Para los desgraciados, todos los días son martes”, cantaban las Vainica Doble. ¿Cómo cree que afectará esta situación a nuestra concepción del tiempo, del trabajo y del placer?
Lo de la pereza… bueno, no veo la menor relación entre este bichito y la pereza… cuando digo bichito quiero decir hijo de puta. Las cosas tan elevadas que me estás preguntando… me preocupa, de hecho, que la gente se haga estas preguntas, porque si eso supone que vamos a tener menos deseos de trabajar ¡todavía! Será horrible. Si aquí no trabaja nadie.
Una de las cosas que habría que preguntarles a los científicos es si ellos han trabajado lo suficiente, si le han echado horas al asunto… Realmente yo no tengo la sensación de que en nuestro tiempo el trabajo sea un agobio, ¿no? Y curiosamente no lo digo por mí, que me paso demasiadas horas trabajando, es una maldición mía. Pero si vamos a salir de esta pandemia más vagos de lo que entramos…
Esta crisis, ¿le ha vuelto más humanista o más misántropo?
Pero, ¿por qué? Con todas las personas que ha matado este virus… ¿qué más le estamos pidiendo? ¿Que salgamos más perezosos, menos misántropos…? No, hombre. Lo único que hay que hacer con esto es que la vida tenga un aspecto decente. La vida con mascarilla no es una vida decente. El común de los mortales a lo mejor aprende algo, que es a lavarse las manos antes de comer, que me parece que la gente no lo tenía muy claro.
Lo digo con pleno conocimiento de causa, porque yo me las lavo mucho, hasta el punto de crearme eccemas lamentados por mi dermatólogo, pero así me lo enseñaron de pequeño. Tan preocupada que estás por las consecuencias culturales de la enfermedad, te adelanto que esa será la gran consecuencia: que la gente se lavará las manos antes de sentarse a la mesa y después de salir del lavabo.
Le veo bastante pancho, como si no estuviéramos ante una situación inédita.
También fue inédito que el Madrid le metiera once goles al Barcelona. No me preocupa que sea inédita. Me preocupa que se ha llevado a miles de viejecitos y a un puñado de jóvenes. Me preocupa que la muerte, nuestra infecta enemiga, haya ganado batallas importantes.
¿Cree que los ciudadanos españoles han mostrado responsabilidad individual? ¿Qué valor le da a ésta?
Le doy todo el valor del mundo, pero no es el caso de los españoles. Los ciudadanos españoles lo único que han hecho ha sido obedecer, como han hecho siempre, como obedecían a Franco. Contrariamente a lo que se piensa, España es un pueblo obediente, temeroso de dios y de la autoridad. La responsabilidad individual, que consistía en lavarse las manos, la han practicado bastante poco. O mantenerse a una distancia prudencial en medio de una epidemia. O tener en cuenta que durante un tiempo no puedes reproducir tus hábitos de siempre. Eso es responsabilidad individual. Obedecer es otra cosa… ahora quieren que las parejas que se han pasado toda la noche follando vayan en un coche en diagonal. Es ridículo. Es propio de gente muy obediente, tan obediente que eligen a una persona del tamaño de Sánchez.
No es muy cariñoso usted, no le perturba el tema de la distancia física.
Pero bueno… yo soy extraordinariamente cariñoso, soy muy afectuoso, incluso algo tocón. Pero soy un hombre mayor ya y no quiero que me metan en la cárcel, ¿sabes? Cada vez toco menos. En mi juventud, cuando las muestras de afecto con las chicas eran más permisivas, era otra cosa, pero ahora nos gobiernan las monjas, y las monjas imponen sus hábitos. Me he moderado, claro, pero tocón he sido mucho. Ahora ya los viejos tocones dan un poco de asco.
¿Qué idea tiene ahora mismo de la libertad?
Bueno, es que estamos metidos en casa para que no entre el virus, porque es lo único que se nos ocurre, no es una cuestión que tenga que ver con la libertad. Hay unos idiotas por el mundo protestando por si nos van a geolocalizar, que si a través de apps… esos idiotas están preocupados por eso, pero es extraordinario porque se quejan de ello encerrados. ¿Más geolocalizado que está usted, en su casa? Hay un debate interesante aquí: la juventud del mundo (países inteligentes como Taiwán) han controlado a sus ciudadanos como dios manda, han aislado los brotes y han impedido que estos circularan.
Pero nosotros somos más tontos y más viejos, somos la vejez de Europa, unos carcamales. Sólo se nos ha ocurrido encerrarnos todos en nuestras casas. Sánchez presume de ello. Hay gente que está en casa y no se sabe ni por qué, porque no están infectados, están sanos, podrían trabajar y meter en casa a los mayores de sesenta años, yo incluido. Pero no: jóvenes y viejos, y hemos parado el país. Somos ignorantes.
Ni siquiera sabemos de verdad cuánta gente está infectada y cuánta gente ha muerto por el virus. Esto es un fracaso general de la especie, pero debo matizar que hay un agravante español que no entiendo por qué los periódicos de este país no sacan todos los días en un cintillo: “España es el país del mundo que tiene más muertos en razón de sus habitantes”. ¡Somos los primeros en algo! Es extraordinario…
¿Reforzará esta crisis nuestra idea de colectividad? ¿Empezará a estar mejor vista la palabra “España”?
De los españoles se puede esperar cualquier cosa. Estamos ante un fracaso colectivo español, los que decían que era el mejor sistema sanitario del mundo… y cono un gobierno innovador por antonomasia… es el fracaso colectivo de la asistencia geriátrica española. Nos llenamos la boca sobre “¡ah, cómo tratamos a nuestros viejos! Y cómo nos han salvado ellos las pensiones…”. Mentira: los viejos en España mueren sin saber de qué mueren, como en otras partes, no digo que aquí sea efectivamente el único lugar donde esto pasa, pero aquí pasa, eso es seguro, y en mayor medida de lo que pasa en otras partes. Yo quiero que me responda el gobierno español a una pregunta muy simple: ¿por qué España es el país que tiene más muertos por habitante? Quiero respuestas a esa pregunta. Soy un ciudadano español y antes de reforzar mi sentido de la comunidad quiero saber eso: por qué somos los primeros.
Una canción, una película y un libro para resistir en cuarentena.
¡Si la gente sólo utiliza Whatsapp…! Bueno. Una película. Todas las de Rohmer. Están en Filmin, que le han hecho una celebración por su centenario y se han recuperado películas que están muy bien, muy ordenaditas todas, muy monas. Rohmer es estupendo porque ofrece mucha conversación y la gente lo que quiere es conversación.
Yo ahora estoy leyendo a Popper, que es un filósofo cuyas relaciones con la ciencia son modélicas. A Popper no lo había leído a fondo, había leído algunas cosas, pero ahora estoy en ello y realmente es muy recomendable. También te digo que no hace falta que venga una pandemia para leer a Popper o ver las películas de Rohmer, yo lo haría igual sin que un bicho hubiese matado a tantas personas, pero bueno.
Y recomendación musical… solamente escucho cosas que ya he escuchado, todo lo demás es… (chasquea). La Macanita. Es la mejor cantante de flamenco viva. Una jerezana maravillosa. Una canción que tiene llamada Adiós tristezas. Esa, por si la gente está triste, está bien.

Creo en el equilibrio de fuerzas de prácticamente todos los sistemas; y en el puto caos.
T.O., ajedrecista

Del caos posmoderno
Caos y orden pretende reflexionar sobre la sociedad contemporánea, apoyándose en analogías con ideas científicas y haciendo, de paso, una evaluación de la ciencia de hoy, en especial de la física. Por eso tiene dos partes: en la primera se examinan algunos desarrollos de la ciencia del último siglo, con gran insistencia en el caos y la teoría cuántica, para aplicarlas en la segunda a entender mejor el viaje sociocultural que nos ha llevado hasta donde estamos ahora. Es un propósito loable, si bien difícil.
A lo largo del siglo XX, con fuerza especial a partir de los sesenta, se ha ido acentuando una crítica a la ciencia basada en una interpretación particular de la idea de paradigma de Kuhn que él mismo rechazó. Se trata de la famosa inconmensurabilidad de los paradigmas, algo repudiado de modo unánime por los científicos, quienes no encuentran en su práctica diaria ninguna dificultad en pasar de uno a otro; para ellos son plenamente conmensurables. Esa crítica, que impregna a todas las páginas de este libro, afirma en su versión más radical que la ciencia no es más que un convenio social falto de objetividad, que todo en ella es interpretación, y que no es progresiva, pues al aparecer un nuevo paradigma hay que abandonar todo lo del anterior y empezar de nuevo. De esa opinión es también el autor de este libro.
Un mejor entendimiento entre la ciencia y los demás sistemas sociales es muy necesario. Por eso es bueno examinar esas críticas. Por ejemplo, los posmodernos insisten en que no está justificado lo que llaman «el mito de la realidad dada», o sea la creencia ingenua de muchos científicos de que la ciencia permite llegar hasta la realidad de las cosas, tal como ésta es y de modo absolutamente objetivo, libre de elementos de construcción mental. Esta crítica certera debe ser considerada con atención, pues nuestra mente imprime algo de su modo de operar en cualquier versión del mundo, con lo que nuestras percepciones tienen también algo de concepción. Así lo entendía Einstein, al hablar en una famosa conferencia sobre Newton de lo que él llamaba «libre invención de conceptos», idea a la que había llegado al crear la relatividad general. Por eso falla el empirismo extremo.
Pero el mismo Einstein insistía en que eso no significa que los conceptos libremente inventados sean arbitrarios o a priori: están sujetos al contraste con el cálculo y el experimento, o sea, a un juez muy duro. Ocurre a veces que las conexiones causales parecen poder representarse mediante varios tipos de construcción, pero hay que elegir luego la que mejor se acomode a ese juez, abandonando las que no pasen la prueba. Nuestras concepciones nos ayudan a situar los objetos, de modo que la representación consiguiente contiene sin duda elementos objetivos de realidad que se van descubriendo paso a paso, aumentando así el caudal de cosas que sabemos objetivamente sobre el mundo. Como resultado la ciencia es progresiva. Por eso, si bien esta crítica sirve para purificar a la ciencia y nos ayuda a ser más escépticos, no se justifica en modo alguno usarla para negar su objetividad.
Al creer que un nuevo paradigma elimina completamente a los anteriores por ser inconmensurables, los posmodernos se equivocan también. La teoría newtoniana no ha sido eliminada por la relatividad ni por la teoría cuántica, como la teoría de Maxwell no lo ha sido por la electrodinámica cuántica. No sólo queda algo importante de ellas en el nuevo paradigma sino que el antiguo conserva un ámbito propio en el que sigue siendo válida. Por ejemplo, una idea recurrente en este libro es que el caos ha echado por tierra a la mecánica clásica en su totalidad, cuando lo que ha hecho es refutar extrapolaciones no justificadas, por ejemplo las que dieron lugar al mecanicismo decimonónico. La teoría del caos no niega la mecánica newtoniana, la completa y nos hace entenderla mejor, de hecho no obliga cambiar sus conceptos fundamentales. Es por eso que muchos científicos le niegan el carácter de revolución científica.
Para entender el debate sobre las implicaciones teóricas de la ciencia y su relación con el humanismo (en el sentido amplio de los dos términos) hay que acudir a la dualidad entre afirmaciones científicas y metacientíficas. Las primeras son aquellas susceptibles de prueba o de refutación mediante experimento o cálculo. Por ejemplo, las leyes de Newton o las relaciones de incertidumbre de Heisenberg. Las segundas, son lo que se dice sobre las primeras, sin que puedan probarse o refutarse. Así suelen ser las interpretaciones de la ciencia, por ejemplo decir que el determinismo newtoniano implica la inexistencia del libre albedrío o que el probabilismo cuántico muestra que sí lo hay. El descubrimiento del caos, por ejemplo, afecta muy poco a las afirmaciones científicas de la teoría newtoniana pero mucho a las metacientíficas.
Las afirmaciones científicas tienen un alto grado de objetividad y concilian la práctica unanimidad de la comunidad científica, una vez que han podido pasar la prueba del experimento; por el contrario, las metacientíficas suelen implicar extrapolaciones fuera del ámbito en que las leyes han sido experimentadas y, por ello, suele haber en ellas importantes elementos subjetivos. De hecho, no son parte del corpus de la ciencia y los científicos no suelen ser unánimes respecto a ellas. Ciertamente, es lícito hacer metaciencia, incluso inevitable, pero hay que saber lo que se hace porque muchas confusiones y malentendidos se deben a mezclas equívocas de estos dos tipos de afirmaciones.
Viene esto a cuento porque hay dos tipos de actitudes que hacen muy difícil el debate necesario entre ciencia y humanidades. Una es la de los cientistas radicales que niegan cualquier valor de conocimiento a todo lo que no es ciencia. La otra es la de quienes, en nombre de lo posmoderno, quieren negar la objetividad de la ciencia, reduciéndola a interpretaciones y convenios, a un «mito», por usar las palabras de este libro. Los dos grupos comparten una confusión: no distinguir bien entre las afirmaciones científicas y las metacientíficas. Los cientistas creen que las segundas tienen el mismo grado de objetividad que las primeras (o sea mucho) y esto les hace suponer que podemos llegar al conocimiento y a la objetividad absolutos. Los segundos creen, en postura simétrica, que todo tiene la misma objetividad que la metaciencia (o sea poca) y eso les lleva a suponer que todo es interpretación y que nada es seguro.
El lector poco avisado que se adentra en el texto empieza pronto a ser presa de perplejidades ante una serie de afirmaciones sorprendentes que resultan difíciles de conciliar con las ideas científicas conocidas, incluso con algunas muy elementales. Empieza a ver la luz cuando comprende que la crítica de la ciencia que pretende hacer el autor incluye como punto destacado la devaluación del carácter predictivo y de los aspectos cuantitativos y experimentales de la ciencia. Sin duda es esa una empresa ardua en la que habría que hilar muy fino, pero en vez de ello se recurre a una larga serie de disparates, irrelevancias pomposas y errores de bulto, en especial sobre las ideas de la física. Al leer el libro fui marcando en el margen los lugares donde había imprecisiones, despistes o errores de bulto. Dejé de hacerlo al llegar a las sesenta marcas. Uno de ellos es muy significativo. Al hablar de Lorenz y sus ecuaciones, dice con énfasis en la página 87 «le tomó tiempo comprender que no eran lineales». Es una afirmación sin sentido. Un estudiante medio de matemáticas o física lo habría comprendido antes de pocos segundos (tras observar con un golpe de vista la aparición de productos de variables); sin duda, Lorenz lo supo ya antes de escribirlas. El lapsus revela la confusión del autor sobre la no linealidad, lo que no le impide usarla constantemente como prueba irrefutable de que los paradigmas anteriores son ya inaplicables y que «nada sabemos a ciencia cierta», enunciado por el que el autor tiene gran querencia. Otros son divertidos como que las relaciones de incertidumbre de Heisenberg establecen una disyuntiva entre «carga y posición» o contraponer las iteraciones a las supuestamente ya superadas ecuaciones, cuando son en realidad un caso particular de ellas.
En un pasaje por desgracia muy representativo del libro, el autor ofrece una prueba de sus tesis. Se trata de la explicación en la página 59 de los llamados diagramas de Feynman, que sirven para calcular procesos entre partículas elementales y que le valieron el premio Nobel. Los describe así: «El principio es que para calcular la probabilidad de un hecho basta con dibujar pequeñas flechas (una para cada alternativa), pues el cuadrado de su longitud expresará la amplitud de ese subevento». Para el lector ingenuo, el mensaje parece claro: esas probabilidades se calculan en una especie de juego en el que, según el humor de cada uno o de cómo se le ocurra dibujar las flechas o jugándoselo a los chinos, se obtendrá un valor u otro, de modo arbitrario, al gusto de cada cual. Si es así, ¿qué objetividad puede haber en la física cuántica, la rama de la ciencia que describe el mundo atómico y subatómico? ¿Por qué tomar en serio a la ciencia?
Pero no, no basta con dibujar flechas. Prescindiendo de otras varias inexactitudes, Escohotado se confunde de cabo a rabo: la longitud de las flechas no tiene nada que ver con ninguna probabilidad, del mismo modo que el resultado de una multiplicación no depende del tamaño con que se escriban las cifras. Los diagramas de Feynman no son sino representaciones visuales útiles de unos objetos matemáticos bien definidos, que conducen a resultados numéricos precisos y que concuerdan luego de modo muy exacto con los datos de los experimentos de la electrodinámica cuántica. No hay en ellos ninguna arbitrariedad. No es menor la confusión sobre la gravedad. Por ejemplo, en la página 39 se habla de «los desacuerdos que se observan entre la trayectoria efectiva [de la Luna] y aquella que le correspondería si obedeciese estrictamente a la mecánica newtoniana». Así de un plumazo y sin pestañear, el autor se carga uno de los elementos más probados y reprobados de nuestro entendimiento del cosmos. Pero no hay tal cosa: hoy por hoy la Luna se ajusta fielmente a la mecánica newtoniana. Nadie ha observado tales desacuerdos. Si el autor ha detectado alguno, debería decirnos cuál es, pues sería un serio candidato al premio Nobel.
En la página siguiente, se ofrece otra divertida prueba de la nula objetividad científica. Tras afirmar que «ciertos teóricos» pretenden que el protón se desintegra y decir que los primeros experimentos no confirman la idea, el autor nos informa que a él no le engaña nadie pues ya sabía muy bien que eso es absurdo porque se habrían desintegrado todos y «ya no habríaprotones en ninguna parte» (énfasis del libro). Así contada parece una idea absurda, en cuya prueba se ha gastado tontamente mucho dinero. Pero, en su desprecio por lo cuantitativo y los experimentos, el autor no se ha parado a comprobar o entender que lo que dicen esos ciertos teóricos es más bien que tan sólo habrían desaparecido, desde el big bang hasta hoy, menos de un protón de cada mil millones de billones. ¡Claro que habría protones!, ¡quedarían casi todos! ¿Cómo es posible que el autor crea que unos científicos destacados, premios Nobel entre ellos, puedan hacer afirmaciones tan estúpidas y fáciles de refutar como las que él les cuelga?
Hay otras perlas de gran calibre sobre la gravitación. Así en la página 70 se dice que «losPrincipia de Newton son incapaces de calcular la dinámica orbital con más de dos cuerpos». La cosa es seria, pues, de ser cierto, no podríamos calcular los movimientos del sistema solar. Sin embargo, se hace eso y muy bien además. Baste decir que la nave Voyager II llegó a Urano en 1986 con sólo un minuto de diferencia respecto al cálculo previo de su órbita, tras nueve años de viaje bajo la acción de la Tierra, el Sol y Júpiter, aparte de otros cuerpos menores. Sospecho que el origen de tan absurdo aserto está en confundir la ausencia de solución en forma cerrada para tres o más cuerpos con la imposibilidad de predecir, que son dos cosas muy distintas. Es cierto que el sistema de tres o más cuerpos tiene soluciones caóticas, pero la naturaleza ha elegido para el Sol y sus planetas una solución especialmente estable, pues nuestra capacidad de calcular sus órbitas alcanza muchos millones de años. Todos los cálculos que se habían hecho antes de descubrir el caos siguen siendo válidos y se siguen haciendo otros nuevos con éxito. De nuevo se confunde «no saberlo todo» con «no saber nada».
Otro ejemplo está en la página 71, donde se nos dice que, al estudiar el sistema de los tres cuerpos, el matemático francés Poincaré «vislumbraba lo que hoy se denomina un atractor extraño», enunciado curioso que sorprendería al mismísimo Poincaré redivivo, quien nunca pudo vislumbrar tal cosa por la buena razón de que el sistema de los tres cuerpos no tiene atractores de ninguna clase, ni extraños ni corrientes. Curiosamente, el desconocimiento que muestra el autor sobre el sistema de los tres cuerpos y sobre el atractor extraño no le impide hacer afirmaciones contundentes sobre ellos. Los usa además en la segunda parte, por ejemplo para aclarar qué cosa es el estado-nación diciendo que es un atractor político (pág. 136). Tras haberse ocupado de la gravedad, pasa revista también a la física cuántica, y así se dice que «la ecuación de onda –piedra miliar de la mecánica cuántica– sólo puede resolverse exactamente para el caso más simple (el hidrógeno)». Me temo que se trata de la misma confusión, más grave si cabe aquí porque no hay efecto mariposa en la ecuación de Schrödinger. De nuevo una cosa es que no exista solución general en forma cerrada y otra muy distinta que no sea posible calcular. Existen métodos que permiten hallar la función de onda de átomos y moléculas con la precisión deseada para explicar sus propiedades, por ejemplo el muy importante enlace químico. De hecho, la teoría cuántica llega a una enorme exactitud numérica en sus predicciones, hasta con siete y ocho cifras significativas.
Además no se sabe bien para qué sirve toda esta larga colección de disparates. Si el autor quiere decir, como hace en la segunda parte, que el estado-nación es un atractor político, hágalo así en buena hora. Al fin y al cabo, sólo es otra manera de decir que es una idea política atractiva, pero no añade nada sacar los conceptos de su contexto, basta con emplear metáforas en la forma en que siempre se ha hecho. Si pretende usar, de modo preciso y en sus detalles, conceptos tomados de la ciencia para reevaluarla, desmitificarla o acercarla a las humanidades, santo y bueno. Puede ser saludable para todos. A condición, claro está, de que se tome la molestia de entenderlos y sepa lo que dice.
Y, sobre todo, que tenga un poco de rigor intelectual, intentando entender el papel de los experimentos y de los cálculos. Que no confunda «no saberlo todo» con «no saber nada», ni la sabiduría imperfecta pero progresiva, propia de los seres humanos, con la ignorancia total. La ciencia no descubre la verdad definitiva y total sobre el universo, pero sí verdades parciales objetivas que permanecen y aumentan día a día nuestro conocimiento objetivo del mundo.
Este libro sólo añade confusión a la confusión.

Soy reggaetonero y te adelanto pana algún título de mis próximos temas calientes: Friega sobre polvo, La energía del espacio vacío, Travesuras por la puerta de atrás, De catástrofes y riesgos, Iceberg, la lechuga; hablan sobre el amol y el desamol.
H.H., compositor ecuatoriano.
¡Qué chungo se pone Debussy en Diálogo del viento y del mar!
R.R., conductor de Uber.
En lo siguiente consiste básicamente el camelo de lo del estudio en casa de los chavales: un tipo o tipa de quince a dieciocho años con el portátil abierto y unas gráficas de funciones con sus discontinuidades y variaciones sobre la pantalla mientras epilepsia el móvil con el chusco juego virtual del momento; todo va bien, educación pública.
O.I., padre y muy señor mío.

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